Simplemente es así. Así de imprevisible e inoportuno. Te das cuenta en el momento en que te acostumbras. A desquererte. A rendirte. A reinventarlo todo.
El silencio a todo volumen. Te acostumbras a gritarlo todo demasiado bajito, en un lenguaje que su músculo izquierdo ha dejado de entender. O que quizás nunca haya comprendido del todo. Tampoco importa eso ahora. Tú te dejas. Enrojeces poco a poco. Y cuando por fin has tocado fondo, vuelve a colarse de puntillas. A ver si suena la flauta o cualquier estribillo ñoño que no necesite cordura. Y tú estás harta de perder el culo por nadie. O por alguien. O por alguna estupidez que no parezca común al resto. Empiezas a sentir el frío de quedarse en pelotas por diecinueve cosas bonitas y quinientas excusas baratas y reciclables. También a eso te acostumbras. A prescindir de todo, incluso de ti misma. Porque cuando tienes cosida una parte de tu vida, cualquier hilo inestable te transforma. Simplemente es así.